¡Querida familia!

En esta Noche Santa participaremos en el acontecimiento más significativo de la historia de la humanidad: «Dios nace en Belén». Se hace hombre para compartir nuestra existencia y elevarla hasta el cielo. ¡Qué locura de amor la de Jesús por nosotros! Tiempo de Navidad para contemplar, absortos en silencio, la entrada de Dios en la historia de los hombres. Entra en el silencio de la noche aquél que ha venido a hablar al corazón del hombre, que va a comunicar y no sólo palabras sino su misma vida, su amor redentor. Al niño que contemplamos en Belén, lo veremos pasados los años crucificado en el Calvario, donde se desbordará como si de una fuente se tratase, el amor que lleva en su Corazón al abrirse por el golpe de la lanza. Asomémonos con la ilusión de los niños a este misterio de amor que comienza en Belén.

Para este fin nos pueden ayudar unas líneas de Mons. Fulton Sheen recogidas en su obra «El eterno Galileo» que acontinuación reproducimos.

«Sólo siendo pequeños podemos descubrir algo grande. Esta ley, llevada al nivel espiritual, nos dice cómo podemos hallar al inmenso Dios, y ello es, llegando a poseer el espíritu de los niñitos. ¿Qué significa ser un niño? Ser un niño es ser algo muy diferente del hombre de hoy. Es tener un espíritu brotando todavía de las aguas del bautismo; es creer en el amor, creer en la belleza, creer en la fe. Ahora, hay una íntima relación entre la pequeñez física, que es la niñez, y la pequeñez mental, que es la humildad.

No podemos ser siempre niños, pero sí podemos tener siempre la visión del niño, que es otra manera de decir que podemos ser humildes. Y de igual modo, en el orden espiritual la ley sigue siendo la misma: si un hombre quiere alguna vez descubrir algo grande, debe hacerse siempre pequeño; si engrandece su ego hasta el infinito, no descubrirá nada, pues no hay nada más grande que el infinito; pero, si él reduce su ego a cero, entonces descubrirá que todo es grande: pues no hay nada más pequeño que él mismo. ¿Cómo entonces descubrirá el hombre a Dios en el tiempo de Navidad? ¿Cómo hallará la razón para el gozo detrás del gozo?

Así como es sólo siendo pequeños como podemos descubrir algo grande, así también es sólo siendo humilde como él encuentra un Dios Infinito en la forma de un Niñito. Desde otro punto de vista, sólo el hombre humilde se da cuenta que necesita ayuda de arriba. De aquí que sólo el hombre humilde entienda el significado de la Encarnación

Los humildes, almas sencillas, lo suficientemente pequeñas para ver la grandeza de Dios en la pequeñez de un Bebé, son por tanto los únicos que entenderán la razón de Su visita. El vino a esta pobre tierra nuestra para traernos una propuesta; para decirnos como sólo Dios podía decir: «Tú me das tu humanidad, y yo te daré mi Divinidad; tú me das tu tiempo, y yo te daré mi eternidad; Tú me das tu cuerpo cansado, y yo te daré mi Redención; tú me das tu marchito corazón, y yo te daré Amor; tú me das tu insignificancia, y yo te daré Mi Todo».

Llegar a ser como niños pequeños no significa otra cosa que humildad o sinceridad del juicio acerca de nosotros mismos, un reconocimiento de la desproporción entre nuestra pobre vida y la vida eterna delante de nosotros, un reconocimiento de nuestra debilidad, nuestra fragilidad, nuestros pecados, la pobreza de todo lo que estamos haciendo ahora, y también el poder y la sabiduría que han de ser nuestros, siempre que seamos lo suficientemente humildes para arrodillarnos delante de un Bebé en un pesebre de pajas, y confesarle que es Nuestro Señor, nuestra vida y nuestro todo.

De esta manera el natalicio del Dios-Hombre es el día de los niños, en el cual la edad, como un cangrejo, vuelve hacia atrás, en el cual las arrugas son suavizadas por el roce de una mano juguetona, en el cual el orgulloso se vuelve niño, y el grande, pequeño, y todos encuentran su Dios. De aquí que yo no hable en palabras de sabiduría erudita, sino en las palabras de un niño. Todos nos vamos agachando en la cueva; dejamos aparte nuestra sabiduría mundana, nuestro orgullo, nuestra aparente superioridad y nos volvemos como pequeñitos ante el incalculable misterio de la humillación del Hijo de Dios. Y en esta condición, subimos a las rodillas de la más amable de las mujeres de todo mundo, la madre que al engendrar a Nuestro Señor se hizo la Madre e de los Hombres; y le pedimos a ella que nos enseñe cómo servir a Dios, cómo amar a Dios, cómo orar a Dios. Le decimos:

Dulce Señora vestida de azul, enséñame a orar.

El mismo Dios fue tu Niño, ¡dime qué decir!

¿Le subiste a veces dulcemente hasta tus rodillas?

¿Le cantaste igual que mi madre cantaba para mí?

¿Retuviste entre las tuyas. Su mano divina en las noches,

y aun trataste de contarle historias del mundo?

¡Oh!, ¿y no lloró?

¿Crees que en verdad se interese si le cuento cosas, pequeñas cosas que suceden?

¿Y si los ángeles hacen ruido con sus alas, podrá oírme si hablo bajo?

¿ Me entiende ahora?

Dime, tú que sabes, dulce Señora vestida de azul y enséñame a orar.

El mismo Dios fue tu Niñito, y tú sabes qué decir.

Si somos lo suficientemente pequeños para hacer estas cosas alrededor de una choza donde chocan y suenan «alas increíbles alrededor de una estrella increíble», entonces descubriremos el Infinito; si somos lo bastante humildes para ir donde Aquel que no tiene hogar, entonces encontraremos nuestro hogar; si somos bastante sencillos para hacernos niños naciendo de nuevo en nuestra edad madura, entonces descubriremos la Vida que perdura cuando el tiempo no exista ya.

Para algunos, Él viene cuando sus corazones están vacíos del mundo; para otros, Él viene cuando sus cuerpos hambrientos demuestran el hambre de sus espíritus; para otros, Él viene cuando el gozo los posee con la fuerza de un abrazo; para otros, Él viene cuando el mundo en que se sostenían como en un cayado, ha perforado sus manos; para otros, El viene cuando las lágrimas corren por sus mejillas a modo que Él pueda enjugarlas.

Pero para cada uno y para todos, Él viene en su manera propia y dulce: Él, como Cristo; en Misa de Nochebuena; en Navidad» (Mons. Fulton Sheen).

!Feliz y Santa Navidad del Señor!