«¡Ven, Señor Jesús!» Es el clamor de la Iglesia las jornadas previas a la Navidad. Esperamos la venida del Señor Jesús, celebramos su Encarnación en los días santos de Navidad. La Iglesia como madre y maestra nos ayuda a entrar en estos días santos de adviento:  la palabra de Dios proclamada, las oraciones litúrgicas, los actos de vida de piedad, o los personajes bíblicos protagonistas en estos días santos nos ayudan a disponer nuestro corazón para acoger con verdad al Hijo de Dios que se hace hombre para encontrarse con cada uno de nosotros y salvarnos.

En estos días en que nos ponemos en camino al encuentro del Señor Jesús, nos hace bien recordar unas líneas del Padre Castellano Cervera. En ellas nos recuerda tres dimensiones importantes del tiempo  de adviento: 

«El Adviento resulta así como una intensa y concreta celebración de la larga espera en la historia de la salvación, como el descubrimiento del misterio de Cristo presente en cada página del AT, del Génesis hasta los últimos libros Sapienciales. Es vivir la historia pasada vuelta y orientada hacia el Cristo escondido en el AT que sugiere la lectura de nuestra historia como una presencia y una espera de Cristo que viene.

En el hoy de la Iglesia, Adviento es como un redescubrir la centralidad de Cristo en la historia de la salvación. Se recuerdan sus títulos mesiánicos a través de las lecturas bíblicas y las antífonas: Mesías, Libertador, Salvador, Esperado de las naciones, Anunciado por los profetas… En sus títulos y funciones Cristo, revelado por el Padre, se convierte en el personaje central, la clave del arco de una historia, de la historia de la salvación.

Adviento es tiempo del Espíritu Santo. El verdadero «Prodromos», Precursor de Cristo en su primera venida es el Espíritu Santo; él es ya el Precursor de la segunda venida. El ha hablado por medio de los profetas, ha inspirado los oráculos mesiánicos, ha anticipado con sus primicias de alegría la venida de Cristo en sus protagonistas como Zacarías, Isabel, Juan, María; el Evangelio de Lucas lo demuestra en su primer capítulo, cuando todo parece un anticipado Pentecostés para los últimos del AT, en la profecía y en la alabanza del Benedictus y del Magnificat. Y en la espera del nuevo adviento la Iglesia pronuncia su «Ven Señor», como Esposa, guiada por el Espíritu Santo (Ap 22,20)».

La reina del adviento es María, la Madre de Jesús, la Inmaculada. Acerquémonos a Ella en estos días  previos a la Navidad. Ella lleva en sus entrañas a quien anhelamos, nuestro dulce Jesús. Desgranar día tras día el Santo Rosario al lado de una imagen de María, dispone nuestro corazón a acoger al Señor nacido en Belén. 

María esperó con inefable amor de Madre. El amor de María está envuelto en silencio que acoge al Verbo de Dios. Que la Virgen María nos conceda vivir en silencio de escucha y espera estas semanas de adviento.

Virgen del silencio, que escuchas la palabra y la conservas, quiero como tú vivir en silencio. Silencio de quien vigila, silencio del que atiende. Silencio de quien descubre una presencia. Silencio de quien dialoga, silencio del que acoge. Silencio de quien vive en comunión. Silencio de quien ama, silencio que deja paz. Silencio de quien vive en el espíritu. Silencio del que es pobre, silencio del humilde. Silencio de quien ama agradecido.