Desde hace unas semanas, las palabras que titulan estas parcas letras, resuenan en mi cabeza. “¡Al cielo vais, Señora!”. ¡Es la Virgen de Agosto!
Este caluroso mes del año, siempre trae ferias y nos convoca en la casa de Nuestra Señora. Es lo que tienen las madres, una capacidad arcana de reunir a todos sus hijos, los lejanos y los cercanos en torno a Ella. Aglutina a todos, porque todos encuentran lugar en su Corazón materno.
Postrados ante nuestra Virgen de Consolación, podemos mirar al cielo. La fiesta de la Asunción de la Virgen nos apremia a levantar la mirada desde este valle de lágrimas a la morada definitiva del cielo.
Hambrear el cielo no es de aquellos que se desentienden de lo real o de ingenuos, es de quienes tienen el corazón asentado en lo definitivo.
En estos meses venimos hablando de enfermedad, ingresados, infectados… al fin y al cabo de una realidad que forma parte de la vida: la muerte. ¡Pero la muerte no es lo definitivo!
La segunda lectura de la Vigilia de la Asunción nos interpela: ¿Dónde está muerte tu victoria? La muerte ha sido absorbida en la victoria. Celebrar a nuestra Madre del cielo es saborear la victoria que Dios ofrece al hombre de todo tiempo. ¿Lo quieres para ti? Acércate a María e invócala, pídele que te haga partícipe de la victoria que Ella ha recibido como un don de su Hijo.
¡Recuerda! la última palabra no es la muerte, sino la victoria, la muerte ha sido absorbida en la victoria. María goza del triunfo de su Hijo resucitado, nos lo comunica a manos llenas y nos colma de esperanza. En medio del dolor, de la tristeza o de la alegría, confiamos, esperamos como lo hizo María en el Cenáculo desde la tarde negra del Viernes Santo hasta la alborada luminosa del día de Pascua.
Vayamos a la casa de la Madre, Ella siempre nos espera con su Corazón abierto para escuchar, acoger, aliviar, para mostrar que es Madre.