Dame tus ojos, Señora

de penetrante mirada,

la que llega hasta el misterio

en donde se hunde la lanza.

 

La gente a mi alrededor

grita, ríe, come, canta…

y sus ojos, que son ciegos,

miran, miran,  sin ver nada.

 

¡Cuántos ojos sin pupilas!

¡Cuánta pupila embotada!,

las realidades más hondas

sólo por fuera las palpan.

 

Dame tus ojos, Señora,

esos tus ojos del alma

que dan vueltas y más vueltas

a cuanto por ellos pasan

 

Quiero mirar a lo hondo

de ese abismo sin maldad

de ese ancho mar sin fin

de ese océano sin playas.

 

Miremos juntos, Señora,

por esa estrecha ventana

que, en el pecho de tu Hijo,

abrió para mí una lanza.